"¿Por qué ha de continuar viviendo el cuerpo cuando el corazón ha muerto?"
Si hay algo que tienen las novelas escritas por Hugh Callingham Wheeler en colaboración con Martha Mott Kelley, Richard Wilson Webb o Mary Louise Aswell, en este caso bajo el pseudónimo de Jonathan Stagge, es que ellas son, ante todo, entretenidas, bien construídas, con un suspenso que se mantiene hasta el final, y con las dosis de ironía o humor necesarias para hacer más llevadera la historia.
En general, los héroes de estas obras son personas comunes y corrientes que, pese a su voluntad, se ven involucrados en casos criminales, y, -casi por obligación, muchas veces para salvar su vida o demostrar su inocencia -, se convierten en investigadores.
Pero, a diferencia de los típicos detectives, éstos se manejan torpemente, y, cuando llegan a la resolución del caso, no lo hacen, precisamente, por su sagacidad.
Esta forma de presentarlos, casi como una víctima de las circunstancias, los hace más creíbles, y más queribles.
En la novela que hoy nos ocupa, tenemos como principales personajes al Dr. Westlake, un médico rural, - que oficia de narrador - ,y a Dawn, su hija de 11 años, ámbos protagonistas , también, de otros casos.
Cuando en una nota periodística, por error le atribuyen a Westlake palabras a favor de la eutanasia, comienzan a sucederse una serie de hechos: le roban varias dosis mortales de morfina, algunos de sus pacientes mueren , y él queda bajo sospecha. También algunos animales son víctimas de secuestros y asesinatos.
Naturalmente, al final se resuelve todo, y, pese a que el lector avezado descubrirá desde casi el inicio de qué va la cosa, ésto no impide disfrutar de una historia atrapante, ya que, al compartir el punto de vista del protagonista, nos compenetramos con sus ideas, sensaciones y sentimientos, viendo los avances del caso desde su peculiar mirada.
"Cuando volví a entrar en el living, los que se hallaban reunidos alrededor de la mesa moviéronse inquietos. Los rostros de todos estaban sonrojados y veíase en ellos una expresión de profunda curiosidad. Noté que los vasos se habían llenado nuevamente, mas no toqué el mío porque deseaba mantener la cabeza despejada.
Mi plan había resultado tan bien como deseara; pero ahora que tenía en la mano la carta de triunfo, no sabía como jugarla".