jueves, 15 de marzo de 2018

La lectura de hoy: El testigo mudo, de Agatha Christie


La señorita Arundell murió el día primero de mayo. Aunque la
enfermedad fue corta, su muerte no causó mucha sorpresa en la
pequeña ciudad de Market Basing, donde había vivido desde que era
una muchacha de dieciséis años. Porque, de una parte, Emily
Arundell, la única sobreviviente de cinco hermanos, había rebasado
ya los setenta, y, de otra, había disfrutado de poca salud durante
muchos años. Además, unos dieciocho meses antes estuvo a punto
de morir a causa de un ataque similar al que acabó con su existencia.
Pero si la muerte de la señorita Arundell no extrañó a muchos,
ocurrió algo relacionado con ella que causó sensación. Las
disposiciones de su testamento levantaron las más variadas
emociones: asombro, cólera, profundo disgusto, rabia, enojo,
indignación y comentarios para todos los gustos.



Así comienza El testigo mudo, escrito por Agatha Christie en 1937.
Fue la última colaboración de Poirot con el Cap. Hastings, quien hace de narrador, antes de su último encuentro en Telón.
Esta obra, reúne los elementos característicos de muchos de los relatos de la autora. Una dama adinerada se accidenta en su casa y comienza a sospechar que el “accidente” no fue tal, y le escribe a Poirot pidiendo ayuda. Poco después fallece. Un testamento que se cambia por otro, un reducido grupo de sospechosos – sobrinos que esperaban heredar-, y un perro, son protagonistas de esta entretenida novela, donde, entre visitas familiares y sesiones de espiritismo, se destaca el poder deductivo de Poirot para determinar primero que lo que pasó por muerte natural fue un crimen, y, luego para dar con el culpable.

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