"Efectivamente, en el puño rosado llevaba el pequeño una flauta que le desbordaba por ambos lados. Parecía un pececillo de plata en la mano infantil. Atardecía. Nos miramos con la primera estrella, y sonreímos."
"Caminamos, pues, como autómatas, esquivando, sin darnos cuenta, el peatón y el automóvil. Caminamos fijos en un horizonte de oro, más allá de las bocacalles. Pero, algunas veces, nos sorprendemos mirando en tal o cual cuadra un lugar determinado. Es que en aquel sitio, hace muchos años, había una librería cuyas vidrieras escudriñábamos tan a menudo, y en la que penetrábamos todos los días a ojear y hasta leer. Ya no está. Pero instintivamente volvemos la cabeza y el espíritu hacia ella, hacia su claridad y su perfume. Y recordamos."
"El verdadero caminante es el de un solo camino. El otro será un explorador, un turista, uno que hace la digestión. Yo soy caminante. Éste es mi trayecto, mi boca."
Baldomero Fernández Moreno fue un destacado poeta argentino que vivió entre 1886 y 1950. Cultor del llamado sencillismo, supo, como nadie, mostrarnos, con palabras simples y cercanas al lenguaje del hombre común, sensaciones e imágenes de la vida cotidiana.
En esta compilación de relatos, - escritos en prosa -, nos encontramos con un poeta que transita las calles de su ciudad y nos va mostrando una serie de semblanzas: la pareja de ancianos en el banco de una plaza, las mujeres con sus hijos en brazos a bordo de un colectivo o un tranvía, los niños jugando en una esquina, la vieja mansión abandonada que es demolida, los terrenos baldíos donde comienzan a construirse casas, las calles de barrio, la esquina donde había una librería que ya no está, los buzones, los techos de tejas, los vendedores callejeros...
Aunque se refiere a una ciudad, Buenos Aires, y a una época, la primera mitad del siglo XX, sin duda alguna, todo aquel al que, como quien esto escribe, le gusta caminar las calles de su ciudad, seguramente, se sentirá identificado con algunas de estas semblanzas.
Es que, con una gran simpleza, y a la vez profundidad, nos hace compartir sus sensaciones, sus impresiones, sus sentimientos, y nos deja, como aquellas viejas pequeñas cosas a las que cantaba Serrat, esa mezcla de nostalgia y ternura, que nutre nuestros espíritus y nuestros corazones.
Vaya si vale la pena, entonces, leer estos poemas hechos prosa de este gran autor.
"Supongo, digo, un muchacho así que, más adelante, consiguió estudiar unos años en la ciudad, que llega a esta casa, alquila una habitación, se asoma primero al balcón de Rivadavia, después, por los fondos, ve el patio, y luego, reposadamente, se sienta a una mesa con un tapete descolorido y algún hilillo de oro, toma la pluma y escribe el primer capítulo de una obra maestra."
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