Un patriarca familiar contrae nuevas nupcias, y cuando su joven y hermosa esposa se instala en la casa familiar, despierta recelos y desconfianzas entre sus hijos y nueras. Viejos rencores y nuevas pasiones generan un clima de creciente tensión, y no tarda en cometerse un crimen, al que le siguen otros.
Este es un argumento común a muchos relatos policiales, como lo afirma la autora en el prólogo de esta novela. Pero la particularidad es que todo sucede en el Antiguo Egipto.
Agatha Christie siempre mantuvo un interés por la historia antigua y la arqueología (su segundo esposo era un afamado arqueólogo), y de sus lecturas, investigaciones, y consultas a especialistas, surge esta entretenido relato, que, a la trama policial, le agrega una muy buena reconstrucción de la vida cotidiana a orillas del Nilo, entre tumbas y pirámides, en el 2000 a C.
"No hablaron más. Llegó la doncella de Esa y se aplicó a atender a su señora. Hori salió. Una expresión grave y perpleja se pintaba en su rostro.
Esa, mientras la muchachita la servía, reflexionaba. Sentíase mal, la acometían escalofríos... Creía ver a su alrededor el circulo de rostros tan conocidos.
Por un momento la acometió un terror infinito. Todo lo comprendía.
¿Habría hecho mal en...? ¿Tenía la certeza de lo que había visto? Sus ojos estaban tan débiles...
Sí, sentía la certeza absoluta. No había sido precisamente una expresión concreta, sino cierta repentina tensión de todo un cuerpo, un endurecimiento, una extraña rigidez. Sólo para una persona entre las presentes habían tenido un sentido las palabras de la anciana. Ese tremendo e infalible sentido de las cosas verdaderas..."
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