Mi infancia son recuerdos de un
patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no
quiero.
Después, en la Universidad aprendí sobre esa generación del 98, del que era ilustre representante, y sobre esa República Española, por la que sufrió en sus últimos años. Murió un día como hoy en su exilio francés, hace 79 años.
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violeta.
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle y de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!
Vaya entonces nuestro homenaje a este gran poeta, Antonio Machado
Y cuando llegue el día
del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me
encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la
mar.
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