
Una inmensa furia creció en su interior subiendo por su estómago como la bocanada ardiente de un incendio, y acompañándola un temor más allá de toda lógica la impulsó de pronto a huir, a escapar de todo aquello, de ir hacia alguna parte, a un lugar donde pudiera sentirse a salvo, donde el peligro no la atenazase como ahora. El mal ya no la acechaba, el mal la acosaba con su presencia hostil, envolviendo su cuerpo como niebla, respirando en su nuca y burlándose del terror que le provocaba. Percibía su presencia vigilante, silenciosa e inevitable, como se perciben la enfermedad y la muerte. Las alarmas atronaban en su interior pidiéndole que huyera, que se pusiera a salvo, y ella quería hacerlo, pero no sabía adónde ir. Apoyó la cabeza en el volante y permaneció así unos minutos, sintiendo el temor y la ira apoderarse de su ser.
Esta es la primera parte de la Trilogía del Baztán. Comienza como un típico thriller, con jóvenes víctimas de un asesino en serie, y una brigada de policías investigando.
Pero como si fueran tres libros en uno, poco a poco nos vamos adentrando además, en un thriller psicológico con complejas relaciones familiares y situaciones traumáticas, y, al mismo tiempo, en un relato con escenas oníricas y elementos que podrían ser calificados como sobrenaturales, con viejas leyendas sobre antiguas deidades.
Como resultado de todo esto, nos encontramos con un relato atrapante, bien construido desde la estructura dramática y desde la psicología de los personajes, donde, lógicamente, todo se une en un final, que, desde lo estrictamente detectivesco, es previsible.
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