
Una iglesia profanada, cadáveres mutilados y asesinos que se suicidan son los elementos comunes a una nueva investigación del equipo dirigido por la inspectora Salazar, investigación que, nuevamente, afecta a Salazar y a su familia. Como en El guardián invisible, lo sobrenatural sobrevuela el relato policial, dándole un marco, al igual que la naturaleza, aquel valle sobre el río, esos bosques y las lluvias y tormentas que generan un clima opresivo y casi clautrofóbico y que también son protagonistas de esta excelente novela.
No hay miedo como el que ya se ha probado, del que se conoce el sabor, el olor y el tacto. Un viejo y mohoso vampiro que duerme sepultado bajo cotidianeidad y orden, y que mantenemos alejado, fingiendo una calma tan falsa como las sonrisas sincronizadas. No hay miedo como el que conocimos un día y que permanecía inmóvil, respirando con un jadeo húmedo en algún lugar de nuestra mente. No hay miedo como el que produce la sola posibilidad de que el miedo regrese. Durante los sueños vislumbramos la luz roja que sigue encendida, recordándonos que no está vencido, que sólo duerme, y que si tienes suerte no volverá. Porque sabes que si regresara, no lo resistirías; si volviese, acabaría contigo y con tu cordura.
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