Nos encontramos con una excelente novela policial, muy bien escrita, y con
una notable caracterización de los personajes.
Cuando un afamado y adinerado psiquiatra es asesinado, ante la repercusión
que tiene el caso, la policía recurre al antiguo jefe de detectives Edward
Delaney – ya retirado - para que se haga cargo de la investigación.
Con un equipo de detectives especialmente designado, y en medio de
presiones, e internas policíacas, lleva a cabo una minuciosa investigación
sobre los hechos, y, sobre todo, sobre las personalidades de cada uno de los
involucrados y posibles autores del crimen, atendiendo a que muchos de ellos
eran pacientes de la víctima.
De esta forma, vamos recorriendo las páginas de este relato atrapante,
escrito con magistral prosa, donde, a la
sucesión de hechos y a la rutina del procedimiento policial, le agregamos una profunda
descripción de los personajes, - tanto los investigadores como los investigados
-, a los que vemos interactuar unos con otros, tanto en los interrogatorios
como en sus relaciones personales y familiares; y, aunque se cae en ciertos
estereotipos, los protagonistas se nos hacen creíbles, y muchos de ellos, queribles.
Recomiendo, entonces, la lectura de esta muy buena novela.
“Había algo en esa entrevista que
lo inquietó, pero no sabía qué era. Releyó el informe y aún así no logró
precisarlo. Sin embargo, estaba convencido de que algo había.
Su vaga inquietud era
característica de ese caso. Hasta el momento, la investigación del homicidio de
Simon Ellerbee era un conjunto de sutiles matices. Ese maldito caso era una
acuarela.
La mayoría de los asesinatos eran
pinturas al óleo: trazos audaces y definidos, aplicados con un grueso pincel.
Los asesinatos eran hechos brutales, productos de pasiones desmedidas o pecados
capitales.
No obstante, esta muerte tenía
olor a biblioteca, algo literario y refinado, como si lo hubiese tramado Henry
James.”
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