domingo, 16 de septiembre de 2018

La lectura de hoy: Inmortal, de Trinidad Giachino


Cuando comenzamos a leer esta más que interesante novela, se nos vino a la cabeza ese comienzo de The big sleep, donde Philip Marlowe se acerca a la casa del General Sternwood...Aquí también hay un detective y una casa, solo que ésta se transforma en una especie de casa Usher.
Y no es casual esta sensación, ya que la autora, intencionalmente, propone su obra como un homenaje a los relatos clásicos de detectives y al género de misterio y terror, como resultado de sus intereses: las novelas de Agatha Christie, el cine negro y el mundo de lo sobrenatural.
Así, nos encontramos con el protagonista: Richard Saussure, detective privado, que, como el héroe chandleriano, aparenta dureza y cinismo, y nos narra la historia en primera persona, con un lenguaje simple, no exento de ironías y humor.  
Sabemos de él que es solitario, que fué policía, que perdió a su esposa, y, para vengar su muerte cometió un crimen. Su paso por las filas policíacas le dejó viejas amistades y enemistades, y, sobre todo contactos  - de uno y otro lado de la ley - que le sirven de ayuda. 
En este caso que nos ocupa, Sausssure es convocado por un anciano de familia noble, quien desea contratarlo para que investigue por qué, pese a su más que avanzada edad y su notable deterioro físico, y pese a varios intentos para lograrlo, no puede morir.
Así, entramos en una atmósfera típica del terror gótico. Una antigua mansión señorial en medio de un páramo, un anciano y fiel mayordomo, viejos retratos familiares, y una antigua maldición, donde la vida y la muerte se entrecruzan.. no falta un bosque con sus deidades para resaltar el aspecto sobrenatural del relato.
En definitiva, una entretenida novela, - primera de una serie - cuya publicación, los amantes del género policial y del de terror, no podemos más que festejar.




"Estaba lloviznando,por lo que ajusté mi sombrero y el impermeable antes de tocar el timbre.El clima hacía juego con el paisaje.
Una planta trepadora entrelazaba sus ramas hacia arriba, cubriendo las paredes de  la mansión eduardiana casi hasta la cima. 
El invierno se había llevado a las hojas con él, y el color los siguió de cerca no mucho después. 
Todo lo que quedaba era una alfombra de ramas verticales que intentaba devorar la casa con un frío abrazo".

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