domingo, 24 de mayo de 2020

La lectura de hoy, Niebla, de Miguel de Unamuno

"Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior, sino era que observaba si llovía. Y al recibir en el dorso de la mano el frescor del lento orvallo frunció el sobrecejo. Y no era tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir el paraguas. ¡Estaba tan elegante, tan esbelto, plegado y dentro de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo un paraguas abierto."

Una saludable costumbre, que recomiendo a todos los amantes de la literatura, es recurrir, cada tanto, a los clásicos, en este caso, a Miguel de Unamuno, que nos ofrece, en Niebla, mucho más que una simple novela, o "nivola" como aprendemos a llamarla desde el inicio.  "Esta ocurrencia de llamarle nivola ––ocurrencia que en rigor no es mía, como lo cuento en el texto–– fue otra ingenua zorrería para intrigar a los críticos. Novela y tan novela como cualquiera otra que así sea. Es decir, que así se llame, pues aquí ser es llamarse."
Con un lenguaje cargado de ironía, con mucha "musicalidad". pleno de imágenes,  y de juego de palabras , Niebla nos cuenta las desventuras amorosas de Augusto Pérez, personaje melancólico e introvertido, que, tras conocer a  una joven mujer, de la que se enamora ,deambula distraído por las calles sumido en la confusión de sus pensamientos, esa "niebla" a la que alude el título, lo que lo lleva a largos soliloquios en los que debate consigo mismo - o con su perro - , sus posibles formas de proceder, para salir de los cuales, también se somete a la opinión de su amigo Víctor, - que también, a pedido del autor, actúa como prologuista de la nivola - ,de sus criados, y del propio Miguel de Unamuno.
Y aquí nos encontramos con uno de los ejes  presentes en Niebla: el autor, rompiendo con los cánones de la novela tradicional,  se introduce en la misma, - siempre desde un rol de demiurgo - ,  y discute con los personajes a los que da vida, quienes, por su parte, no se resignan a ser meros juguetes de su creador, y  proclaman su derecho a tener vida y opiniones propias. 
Además de la historia de Augusto, que desde el principio sabemos trágica, y de otras historias que introduce como pequeños relatos dentro del relato, Unamuno arremete, ya sea en su propia voz, o la de los otros protagonistas, contra muchos de los temas vigentes en esa España de principios del siglo XX. Así salen a relucir cuestiones como el anarquismo, el feminismo y el rol de las mujeres, las convenciones sociales, el matrimonio, la paternidad, la psicología, las ciencias experimentales, visiones propias del existencialismo  sobre la vida y la muerte, el rol de filósofos, críticos y pensadores, y, como hemos mencionado, la construcción literaria, la forma de escribir,  la relación entre la realidad y la ficción y entre el autor y los personajes.  No falta un célebre alegato nacionalista que aquí citamos: 
"¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna y mi Dios un Dios español, el de Nuestro Señor Don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español...!"

En definitiva una gran pieza literaria de uno de los grandes referentes de la Generación del 98, y de la literatura española en general, cuya lectura, desde ya, recomendamos.


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